sábado, 9 de enero de 2010

Lost (IV)

A la noche de aquel día de las presentaciones informales y de la confesión, fuimos a comer a un restaurante de la costa. Un lugar muy concurrido, acariciado por el mar, lo que por momentos lo hacía más atractivo. Viviana se vistió con una especie de vestido-trapo-hippie y se había puesto una flor de incierta procedencia en el cabello. Pidió cuanta especie marina comestible hubiera disponible. Para su exiguo físico de no más de 50 kilos parecía una exageración. Una más.
Estábamos al aire libre, en penumbras, con el sonido de las olas golpeando en la costa. Comenzamos a comer algo de todo eso y conversamos sobre temas diversos, como evitando tocar el tema: la reunión-party prevista para esa noche. Hasta que, a la media hora, llegó un muchacho de no más de 20 años, con ropa holgada y una profusa cantidad de collares y anillos. Se sentó a la mesa y sin más presentación me dijo afectuosamente “Eyyy, cómo estás Juan?”. Era Rogério. La naturalidad con la que me nombró me confundió. Mi incertidumbre sobre los conocimientos sobre mi persona empezaron a deambular por mi mente mientras esperaba el momento preciso en que dijera algo así como “Bueno, vamos?”.
Rogério era cantante de hip-hop cristiano, pertenecía a una iglesia evangélica y su condición se manifestó con algunos versos que llamaron la atención de los clientes del restaurante. Digamos, algo así como “Deja de pecar si no te vamos a matar... Jesús usará un obús”. Un mensaje no muy pacifista pero que, al parecer, prendió en él y en su congregación.
Viviana disparó la frase del día “Me gustan las fiestas”. A lo que Rogério no aportó mucho. Tal vez por su desconocimiento absoluto del castellano.
Lo que el rapero intentaba era abrazarla, besarla, manifestarle su ternura. La flaca, lejos de aceptar, le dijo más de una vez que No, gracias, que no quiere novios y cosas así. Hasta que, mientras dejaba un cierto dinero sobre la mesa, disparé:
- Bueno, chicos, los dejo. Me voy a bailar...
- A bailar? Cómo vas a hacer eso?
Nunca pude saber (ni quise) qué quería significar esa pregunta. Si bailar era pecado, decadente, previsible o qué. Lo cierto es que me levanté de la mesa mientras Rogério estaba encendido y dispuesto, incluso, a comer algunas de las presas incomibles allí dejadas.
Mientras caminaba por la Avenida de las Naciones, hacia el otro extremo de Canasvieiras, ya cerca del supermercado Imperatriz, escuché un grito (Juan! Juan!) Era Júnior, quien con un ademán inconfundible se refirió al encuentro con Viviana. Le dije donde estaba y le comenté que Rogério ya por esas horas se habría olvidado hasta del mismísimo Jesús.
Volví a mi cuarto. Abrí un libro de vaya a saber quién (mío, pero no recuerdo el autor) y me tiré unos minutos en la cama preguntándome (como tantas veces en ese viaje) qué estaba haciendo ahí. Me levanté y me fui, efectivamente, a bailar. Con una cordobesa más que interesante (bah, una cordobesa).


A la mañana siguiente me levanté a eso de las diez sin tener mayores novedades sobre mi compañera de viaje. Salí con rumbo incierto y terminé en Armacao, en el sur de la isla. Una jornada turística que terminó cuando regresé al hotel a las seis de la tarde y la vieja de la posada-hotel me dijo mientras perdía su mirada en un tejido “Todavía no volvió. Llamó la mamá hace un rato”.
Pensé cualquier cosa, hasta lo peor...
Subí a la habitación y a los pocos minutos sentí un golpe seco en la puerta. Un golpe distante.

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