jueves, 29 de abril de 2010

Una reseña de libros para empresarios

Hopks ataca de nuevo

Entre las novedades de este mes está “Cómo explotar gente con responsabilidad social”, de William Hopks. El autor, que ya nos había sorprendido con “Haga feliz a su empleado con una caja navideña”, retoma ahora el tema de la culpa como eje central, con un enfoque novedoso: la “no-culpa”. Hopks trabajó dos años en una fábrica de osos de peluche en Burundi y de esa experiencia nos relata: “Hubo meses en que los empleados no cobraban los 3 dólares previstos para la producción de cien mil osos diarios por persona. No podíamos hacer frente a semejante costo laboral. Entonces se nos ocurrió premiarlos con un oso de su producción, de sus manos, al final del día. Pero ojo, sólo aquel operario que superara los cien mil osos diarios podía llevarse semejante premio. Recuerdo la emoción de Bobanda Unuki (*) cuando le di un peluche. Al día siguiente me regaló media docena de huevos de avestruz. Esa felicidad es la que buscamos… que la gente se sienta partícipe de lo que hace. Nuestros empleados supieron comprender rápidamente lo que decía el nuevo contrato de trabajo, a pesar de que no sabían leer. Se notaba cuando apoyaban las huellas digitales. Aunque muchos carecían de ellas por el desgaste laboral”.

(*) Nombre ficticio, cambiado por razones legales.

A quien le interesó este artículo también leyó “Cómo cocinar un chancho al spiedo”.

martes, 23 de febrero de 2010

Lost (VI)

A las 9 de la mañana siguiente fuimos a abordar el “barco pirata”. No muy convencido, y con la intención secreta de quedarme aduciendo algún problema no creíble del tipo “¿Te conté que cuando viajo en barco me transformo en hamster?”, salí con Viviana hacia el muelle de Canasvieiras.
Siempre odié este tipo de paquetitos armados para el turismo. Supuse, no sin equivocarme, que lo que prometían (un fascinante recorrido por la isla, donde conoceremos bla bla bla) no iba a suceder sino sorteos, bailes, prendas y demás cosas que nos harían olvidar de los mareos ocasionados por el oleaje.
Cuando embarcamos Viviana me dijo casi susurrando que lo único que sabía bailar era tango, “acá me parece que hay mucho grasa, creo que estamos de más”, y otras cosas que presagiaban un paseo inolvidable. Nos acomodamos en la cubierta, de pie entre un mar de gente que comenzó a bailar, animada por un sujeto con una bandana que, como todos sabemos, era la prenda básica de los piratas. “¡Buena onda, buena onda, chan-chan, buena onda-buena onda!” era la canción que se escuchaba por los altavoces. Giré la cabeza a mi izquierda y vi a mi compañera no sólo bailando frenéticamente sino alentando a una vieja que apenas podía mantenerse en pie a que lo hiciera como ella. Disimuladamente caminé entre los felices embarcados hacia el extremo opuesto. Pero al ratito se me acercó y me dijo “¿Viste el tatuaje de esa mina?… aparte es hermosa… está para darle”. Hice como que no escuché. Habían pasado no más de veinte minutos y yo ya veía la costa como algo muy lejano.
-¿Hablaste con el cordobés aquel?, me dijo señalando a un sujeto casi desdentado que cuando lo miré me elevó el pulgar como diciendo vaya a saber qué.
-No… ¿es cordobés?, pregunté como interesado.
-Ajá, como todos los cordobeses que hay acá (sick, digo sic). Le conté de mis minivacaciones en Miramar, en playa Escondida. Porque yo soy nudista, pero no por una cuestión sexual, sabelo, sino porque amo la naturaleza… (y no sé cuántos argumentos más). Hasta que finalmente el pirata-animador dijo:
-Gente, prepárense que ahora haremos EL concurso de baile, con música para todos los gustos…
-¿Hay tango?, gritó. Porque nos encanta bailar tango.
-Hay tango, señorita…
Vos bailá con quien quieras, flaca… Pensé en irme... pero no podía.
Las normas del juego me tranquilizaron. Quien bailara debía hacerlo con un no-acompañante. Es decir, no-pareja, no-amigo, no-hermano, ni eso que éramos nosotros…
Una interminable selección de ritmos, desde el twist hasta el rap, pasando por el deseado tango envolvieron a los participantes en un improvisado espacio destinado a pista de baile.
Yo, acodado en la cubierta, como el Persio de Cortázar, recordaba aquellas interminables charlas telefónicas del invierno anterior. "¿Será la misma mina?", pensé. Incluso imaginé hacerle preguntas puntuales que recordaba de aquellas conversaciones, para ver si se contradecía. “Pero la voz es la misma”, me decía.


Me di vuelta y entre la multitud surgió Vivi con un muchacho rubio de ojos claros.
-Juan… Te presento a Knut…
-Knut… Knut-Alexander (me dijo, a la manera de James Bond).
-Juan… Juan-Carlos.
-Y él es Leif.
Leif sonrió y me saludó como si fuera su amigo. Hablaba bastante bien el castellano.
-¿Es tu novia?
-Ni por puta.
Los muchachos eran noruegos. Era su primer viaje juntos a América del Sur, aunque Leif ya había estado otros años por estas latitudes.
Pensé, no sin equivocarme, que lo de Vivi y los noruegos no terminaría en ese viaje. Lo que nunca imaginé es que años más tarde Leif vendría a visitarme unos días a Rosario y que en la ex parrillita Norte me diría, mientras se llevaba un pedazo de costilla a la boca:
-¿Cómo es que tú, Juan, viajaste con esa chica?
-No sé.

martes, 12 de enero de 2010

Lost (V)

Me acerqué a la puerta con temor...
-¿Sí???, dije.
-Abrime, plis, así saco algo de ropa para llevar para lavar.
Era ya de noche, las lavanderías no estaban abiertas y en el hotel Dom Fish las posibilidades de lavar una prenda no estaban previstas. A juzgar por la ropa que vestía la vieja-conserje.
-Pasá, flaca, pasá.
En esos casos uno no sabe si preguntar ¿Cómo te fue?, ¿Qué tal anduvo eso? o un seco pero impactante ¿YYYY?
Pero para no generarle mayor protagonismo sólo le dije:
-¿Vos dejaste ropa acá en mi pieza?
-No. Pero si querés lavar algo tuyo... yo lo lavo, de onda.
-No. Gracias. Aparte tengo todo casi sin usar, así que todo bien...
-Bueno...
-Bueno...
-¿Bueno qué?
-Bueno nada...
La miré como retirándola con la vista. Ella retrocedía hacia la puerta casi con miedo.
-¡No sabés lo que tengo previsto para mañana!!!! gritó con cierta alegría, mientras yo le miraba la boca como adivinando la cantidad de succiones que habría hecho la noche/día precedente.
-Todo bien, Viviana, pero mañana creo que... (no sé qué cosa dije, pero debería ser algo no creíble, del tipo "...todo indica que me dolerá una muela" o algo así).
-¡Compré dos... DOS pasajes para que hagamos la excursión del barco pirata!
La alegría era casi infantil. El hecho de que comprara dos pasajes me tranquilizó, más allá de su gesto de buena voluntad. Sobre todo porque no compró cinco, CINCO, para incluir a su harén masculino.
-¡Vamos... solos?
-Va mucha gente, Juan... muchísima... No sabés lo que es eso. Una amiga me contó que ahí se baila, se canta, todo...
¿Todo?
Me senté en una silla, al borde de la mesa-espejo, que tenía un viejo cuaderno Gloria con apuntes para una novela que nunca terminaré.
-¿Querés sentarte un poco?, le dije.
-Sí... estoy re cansada.
-...
-... Aparte esta columna...
-Debe ser... la humedad.
-No, loco, ¡no sabés lo que me pasó!
Tenía puesto un jean medio roto. De esos rotos por el fabricante. O tal vez por los dientes de Rogério. Arriba, una remera que no disimulaba sus minúsculas tetas. Tal vez chupadas por Júnior. Y unos dientes más blancos que nunca. Tal vez más blancos que nunca.
Miré el tomo 1 de la colección de historietas de Clarín (Mafalda), y dije como sin querer:
-Cogiste como una perra...
Como no me contestaba tuve que girar la cabeza y mirarla.
-¡Hay cada degenerado Juan!
-...
-La gente está muy loca.

lunes, 11 de enero de 2010

Galápagos

Finalmente ayer salí a la calle. Un calor de locos...

Hacía dos meses que estaba encerrado en mi habitación con mis seis computadoras. El delivery de pizzas me visitaba día por medio para dejarme una especial de jamón y queso. Había logrado las 12.324 visitas en Facebook que me había propuesto como meta luego de leer el libro de autoayuda "Cómo lograr ser visitado sin que entren a tu casa", de Skarmateos. Porque yo no era nadie antes de eso.
El éxito vino inesperadamente, luego de varios intentos, cuando creé el grupo "No me toquen a las tortugas de Galápagos, eh!". Mucha gente se solidarizó conmigo, demostrando comprensión y por momentos compasión.
Anita, que es re amiga mía, aunque no sé muy bien cómo es ni qué piensa, me dijo alguna vez que la movilizaba mucho el hecho de que alguien que no vivía en Galápagos, que nunca había visitado la isla y, que ni siquiera tenía una idea precisa de su ubicación, se preocupara por este problema. Es más, su primer comentario me tranquilizó sobremanera, en especial en un párrafo donde afirmaba que, efectivamente, hay tortugas en Galápagos.

Porque, a decir verdad, yo no sabía mucho sobre el tema. En un viejo tomo de la enciclopedia Monitor, que atesoraba mi abuela como una joya, de chico vi una ilustración de una tortuga y la palabra Galápagos. La asociación vino de inmediato. Pasó mucho tiempo y, lejos de recabar en Wikipedia una información más precisa, tiré esa propuesta para ver qué onda. Porque ya había intentado otras alternativas, sin mayores resultados. "Salvamos a los perros suicidas del parque España" sólo tuvo dos amigos: una vieja de la protectora Alberdi, propietaria de uno de esos perros suicidas embalsamado en la heladera, y el noruego Leif, un estudiante de español que intentaba descifrar el idioma conectándose con gente de ese idioma. El noruego.
También creé un grupo de fans de Lanchita Bissio, un popularísimo actor que tuvo su esplendor en los 90.

Lo cierto es que ahora mi vida cambió. Luego de insistentes propuestas de organizaciones ecologistas, que rechacé casi por deporte, acepté integrar una de reciente formación, la TTW, The Turtle Warrior. El presidente de esa ONG, un ex guerrillero somalí, afirmó públicamente ver en mí un ejemplo a seguir, un líder a imitar, un guerrero de la ecología. Por tal razón me honró con la primera misión de la organización.
La idea parece temeraria pero según la TTW todo saldrá ok: deberé vestirme de tortuga, subir a un bote en la costa de Ecuador, partir hacia las Galápagos y acercarme a un destructor de la marina estadounidense para pintar la leyenda DONT KILL THE TORTOISES!, mirando desafiante a los integrantes de la embarcación.
No tengo muy en claro si los marines están matando tortugas pero la TTW dice que esto llamará muchísimo la atención, sobre todo en los medios... No estaré solo. Habrá cámaras que me seguirán. Desde la costa.
Y, por supuesto, todo podrá seguirse a través de mi grupo en Facebook o en uno creado para tal fin por la TTW, “Sé alguien. Muere por una tortuga”.


sábado, 9 de enero de 2010

Lost (IV)

A la noche de aquel día de las presentaciones informales y de la confesión, fuimos a comer a un restaurante de la costa. Un lugar muy concurrido, acariciado por el mar, lo que por momentos lo hacía más atractivo. Viviana se vistió con una especie de vestido-trapo-hippie y se había puesto una flor de incierta procedencia en el cabello. Pidió cuanta especie marina comestible hubiera disponible. Para su exiguo físico de no más de 50 kilos parecía una exageración. Una más.
Estábamos al aire libre, en penumbras, con el sonido de las olas golpeando en la costa. Comenzamos a comer algo de todo eso y conversamos sobre temas diversos, como evitando tocar el tema: la reunión-party prevista para esa noche. Hasta que, a la media hora, llegó un muchacho de no más de 20 años, con ropa holgada y una profusa cantidad de collares y anillos. Se sentó a la mesa y sin más presentación me dijo afectuosamente “Eyyy, cómo estás Juan?”. Era Rogério. La naturalidad con la que me nombró me confundió. Mi incertidumbre sobre los conocimientos sobre mi persona empezaron a deambular por mi mente mientras esperaba el momento preciso en que dijera algo así como “Bueno, vamos?”.
Rogério era cantante de hip-hop cristiano, pertenecía a una iglesia evangélica y su condición se manifestó con algunos versos que llamaron la atención de los clientes del restaurante. Digamos, algo así como “Deja de pecar si no te vamos a matar... Jesús usará un obús”. Un mensaje no muy pacifista pero que, al parecer, prendió en él y en su congregación.
Viviana disparó la frase del día “Me gustan las fiestas”. A lo que Rogério no aportó mucho. Tal vez por su desconocimiento absoluto del castellano.
Lo que el rapero intentaba era abrazarla, besarla, manifestarle su ternura. La flaca, lejos de aceptar, le dijo más de una vez que No, gracias, que no quiere novios y cosas así. Hasta que, mientras dejaba un cierto dinero sobre la mesa, disparé:
- Bueno, chicos, los dejo. Me voy a bailar...
- A bailar? Cómo vas a hacer eso?
Nunca pude saber (ni quise) qué quería significar esa pregunta. Si bailar era pecado, decadente, previsible o qué. Lo cierto es que me levanté de la mesa mientras Rogério estaba encendido y dispuesto, incluso, a comer algunas de las presas incomibles allí dejadas.
Mientras caminaba por la Avenida de las Naciones, hacia el otro extremo de Canasvieiras, ya cerca del supermercado Imperatriz, escuché un grito (Juan! Juan!) Era Júnior, quien con un ademán inconfundible se refirió al encuentro con Viviana. Le dije donde estaba y le comenté que Rogério ya por esas horas se habría olvidado hasta del mismísimo Jesús.
Volví a mi cuarto. Abrí un libro de vaya a saber quién (mío, pero no recuerdo el autor) y me tiré unos minutos en la cama preguntándome (como tantas veces en ese viaje) qué estaba haciendo ahí. Me levanté y me fui, efectivamente, a bailar. Con una cordobesa más que interesante (bah, una cordobesa).


A la mañana siguiente me levanté a eso de las diez sin tener mayores novedades sobre mi compañera de viaje. Salí con rumbo incierto y terminé en Armacao, en el sur de la isla. Una jornada turística que terminó cuando regresé al hotel a las seis de la tarde y la vieja de la posada-hotel me dijo mientras perdía su mirada en un tejido “Todavía no volvió. Llamó la mamá hace un rato”.
Pensé cualquier cosa, hasta lo peor...
Subí a la habitación y a los pocos minutos sentí un golpe seco en la puerta. Un golpe distante.