lunes, 24 de diciembre de 2007

Instantáneas cariocas

Curiosidades fotográficas de diciembre del año pasado obtenidas en Río de Janeiro.

La biblia y el calefón
En la avenida Copacabana, a escasos metros del mar, funciona Miami, un local donde se realizan stripteases en horario diurno. A escasos metros, al lado, está la iglesia de Copacabana, con una estatua de la virgen que lleva su nombre en la entrada.



Contrasentido
Los domingos por la mañana en la avenida Atlántica los vehículos circulan en un solo sentido, por más que las flechas indiquen lo contrario.


Reiterativo
En la estación de metro de Catete cuatro carteles indican que hay una escalera que no está habilitada para salir. No hay dudas al respecto.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Terremoto en San Juan

Hace poco más de un año estuve en San Juan por primera vez. De visita en la catedral me encontré con un anciano que en la entrada vendía un libro de su autoría, llamado "Terremoto en San Juan". El libro, un opúsculo en realidad, había sido editado en 2004 y era una cronología de aquella trágica jornada en la que San Juan fue destrozada por un sismo, el 15 de enero de 1944. El autor, Armando Gutiérrez, se esmeró por demostrar la tragedia con párrafos como éste:



O como éste:


También con fotos como ésta:


Pero lo más sorprendente es el final y una invitación:

lunes, 17 de diciembre de 2007

Lost (II)

El avión de SW tenía dispuesto para mí el asiento de la ventanilla, el del medio para Viviana y, sobre el pasillo, el de una señora gorda con muchas dificultades para respirar. Ni bien nos acomodamos, Vivi (como quería que la llamara) comenzó a leer el libro de los Salmos en hebreo. Quise preguntarle algo y me contestó con un gesto que sugería algo así como un “¿No te das cuenta?”. Así que seguí mirando por la ventanilla hasta que el 737 comenzó su carreteo y levantó vuelo. Pasaron pocos minutos hasta que, como en un mal montaje cinematográfico, al darme vuelta ya no la vi más. La señora gorda transpiraba y sus mejillas parecían tomar una coloración rojiza preocupante. Viviana ya no estaba y no estuvo hasta poco antes del aterrizaje.
Fueron dos horas en las que recordé alguno que otro diálogo telefónico, nuestro primer encuentro en Internet y la vez que la visité por primera vez en Buenos Aires.

Villa del Parque, diciembre de 2003
Nos habíamos citado a las 10 en un bar de una esquina que ya no recuerdo. Fui antes de lo previsto y me fui de igual modo. Creo haber estado una hora más o menos. No la conocía y sólo tenía como referencias unas fotos que me había mandado de viajes anteriores en los que siempre aparecía con una sonrisa amplia, su larguísima cabellera y sus lentes tipo Lennon. La idea era vernos para conocernos, no para programar ningún viaje porque (tal como me había dicho por teléfono) ella no viajaría a ningún lugar con hoteles reservados ni con playas ni con nada que se le parezca a la palabra turismo. Esta mina no viene, me dije… Me plantó como un boludo… y miles de cosas más. Me fui, crucé de calle y en la esquina había dos policías de civil que me interceptaron amablemente con un “¿Tendrías algún inconveniente en ser testigo de un procedimiento?… es una cosa simple, de quince minutos no más”. Sí, total, dije.
Entramos los dos canas, que parecían modelos publicitarios, el que suscribe y un sujeto de traje que hacía las veces de otro testigo. El lugar era una agencia de loterías en las que, supuestamente, se hacían apuestas clandestinas. Al mostrador estaba sentado un chico de unos 16 años que no paraba de acusar al dueño con frases como “No me extraña… a mí no me paga nunca y bla bla bla”. Yo subí con uno de los agentes a una especie de altillo donde el sujeto revolvió cuanto podía y me dijo Acá no hay nada. Acá no hay nada, dije yo. Y el tipo escribió Acá no hay nada en un acta.
Bajamos, firmé algo unos papeles y me fui. Caminé unos metros y un taxi frenó de golpe. Vivi bajó y me gritó la primera frase en vivo, cara a cara, “Yo ya iba pero no fui”. Y se bajó del auto con un largísimo vestido celeste de mangas largas. La temperatura superaba los 30 grados.
- Vos sos Viviana, ¿no?, le dije como esperando que me dijera No.
- Te hacía más bajo, no sé por qué… todo lo demás bien.
- Te esperé una banda… ¿pasó algo?
- Lo de siempre, el tipo que me iba a traer el chelo no vino…
- ¿Viene siempre un tipo a traerte un chelo?
- No, dejalo ahí… después te explico. Estoy furiosa…
Caminamos hasta un bar cercano que no era el convenido.
- ¿No sentís calor con eso?, le dije refiriéndome a su vestido.
- No. El tema es así… Después de que te deje tengo que ver a un chico que es judío ortodoxo y, no puedo andar así mostrando todo.
- Ah. Y vos sos… ortodoxa?
- Depende con quién. Ese chico que voy a conocer puede ser mi marido… estoy buscando uno.
La charla en el bar fue una especie de resumen de las larguísimas charlas telefónicas previas. Un paseo por sus miles de actividades (era abogada, defensora de los derechos de los pueblos aborígenes, estudiaba chelo, bailaba tango y participaba en concursos afines, daba clases de hebreo en una escuela, etcéteras), su casi inexistente vida sexual, su pasado de hippie en Colonia, Uruguay… algo así como seis vidas vividas en 33 años. Mientras, yo comía una pizza sin jamón que pidió para ambos sin previa consulta…
- Eso debe estar riquísimo… ¿no?
- No tanto como con jamón… pero sí…
- ¿Cómo podés comer jamón? ¿qué se siente?
- Muchas cosas…
- …
- Posta.
Al final de la comida fuimos a caminar a las brasas. El sol desdibujaba el asfalto. Ella no paraba de hablar y yo sólo atiné a decirle a modo de despedida…
- Me gané un viaje a Florianópolis. No sé con quién ir… porque vos a ese tipo de viajes no te gusta.
- A mí tampoco mucho no me gustan…
- ¿Y por qué te lo ganaste?
- …
- No, gracias, paso. En un futuro iremos a Bolivia, que es uno de mis sueños…
- Yo también sueño con ir a Bolivia alguna vez…
- Bueno, seguimos por teléfono…
- Sí, dale, buenísimo. Me gustaría ser tu amiga.
- Ajá, dije, sin estar totalmente convencido.
Le di un beso como para no verla más. Me fui a la estación de trenes para volver a Retiro. Ella tomó un taxi para conocer a su probable futuro marido.

Por un mundo mejor (I)

Ilustración: César Couselo

El partido se había fundado tres meses antes. Nuestra principal consigna era luchar por los ideales de Anacleto Sánchez, el Iluminado, un tipo simple, de costumbres austeras, que vivía en nuestro barrio desde la década del 60. Si bien nunca lo vimos trabajar, estudiar o realizar alguna actividad digna de ser recordada, de él guardábamos una imagen tal vez magnificada, aunque difusa y vaga. Sobre todo vaga.
La agrupación se llamaba Frente para la Liberación de los Marginados. Tenía cinco afiliados, aunque desde el principio ya se notaban diferencias ideológicas bien marcadas. El lugar de reunión era la que alguna vez fue la casa de Anacleto, ahora una especie de tapera hedionda aunque pintoresca, debido a la fachada de pintura descascarada que dejaba ver más de treinta capas y colores de épocas remotas. La habitación donde nos reuníamos era la misma en la que murió Anacleto, ahora un santuario en el que los ladrones del barrio pedían por más y mejores robos. Allí cada uno de los miembros tenía su lugar, su ubicación. Matías, el autista, siempre sobre la cama, por una cuestión de cábala. Alberto, el borracho, en el suelo, mirando fijamente una escultura de Anacleto hecha con caracoles y estiércol por un artista barrial. Jeremías, siempre haciendo chistes de humor negro sobre su madre cuadripléjica. La Momia Jaef, a quien cariñosamente llamábamos el fundamentalista, por esa costumbre de atarse cohetes Fosforitos a la cintura. Y yo, el más joven, que me sentaba siempre sobre un cuero disecado de un animal de difícil definición.
Las reuniones eran los martes a las seis de la tarde. La puntualidad debía ser estricta, aunque había un margen de una hora más o menos.